¡Síguenos!Cuando se habla de las grandes figuras de la época de oro del cine mexicano, uno de los nombres que inevitablemente resuena es el de Clavillazo. Detrás de ese personaje excéntrico y entrañable estaba Antonio Espino, nacido en 1910 en Teziutlán, Puebla, quien dejó una huella única en la comedia nacional. Y es que, más allá de los gestos exagerados o las frases inolvidables, lo que realmente lo distinguía era su manera de hablar… con las manos.
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Un origen familiar que marcó su estilo escénico
Detrás de los gestos exagerados y los ademanes característicos que definieron a su personaje, había una razón familiar. Uno de sus once hermanos tenía sordera profunda, por lo que Antonio usaba el lenguaje de señas desde joven. Lo hizo para comunicarse con él, sin saber que esa habilidad se convertiría, años después, en parte esencial de su arte.
Clavillazo no solo hacía reír con sus expresiones o frases pintorescas como “¡Nunca me hagan eso!” o “¡La cosa es calmada!”; su comicidad también estaba en las manos. Y es que, con ellas, contaba historias, acentuaba sus bromas y conectaba con el público de una manera única. Por eso, con el tiempo, se ganó el apodo de “El cómico de las manos que hablan”.
De vendedor ambulante a figura del cine nacional
Pero llegar a ese punto no fue sencillo. Cuando se trasladó a Ciudad de México en 1943, no lo hizo directamente al cine. Para ganarse la vida, vendía perfumes en la calle. Más adelante, incursionó en el teatro de carpa y el vodevil, donde empezó a pulir su estilo.
En sus primeras presentaciones, usó nombres como “Chumiate” o “Polydor”, hasta que un detalle curioso lo cambió todo. Se pintaba pequeños clavos en los ojos como parte de su caracterización, y su compañero “Resortes” comenzó a llamarlo “Clavitos”. De ahí nació el nombre con el que haría historia: “Clavillazo”.
A ese nombre, le añadió una imagen estrafalaria: pantalones bombachos, un saco enorme, una corbata torcida, sombrero de tres picos… y por supuesto, un sinfín de gestos que hacían que su humor fuera tan visual como sonoro.
El legado en pantalla
Entre 1951 y 1965, Clavillazo protagonizó algunas de sus películas más destacadas: Pura vida, El chismoso de la ventana, Reportaje, Aladino y la lámpara maravillosa, entre otras. Su debut cinematográfico se dio en 1950 con Monte de Piedad, y a partir de ahí su carrera fue en ascenso. No solo fue actor: también incursionó como empresario en el sector inmobiliario.
Sus últimas apariciones en cine fueron en Estoy sentenciado a muerte (1983) y Bohemios de afición (1984). Poco después, se retiró del medio artístico. Falleció en noviembre de 1993, a los 83 años, víctima de un paro cardiaco.
Lengua de Señas Mexicana: un reconocimiento necesario
Hoy, en Virtual Noticias, recordamos a Clavillazo no solo por su genialidad, sino también porque su historia se conecta de forma directa con la conmemoración del Día Nacional de la Lengua de Señas Mexicana (LSM), celebrado cada 10 de junio.
El 10 de junio de 2005, la LSM fue oficialmente reconocida como una lengua nacional. Desde entonces, forma parte del patrimonio lingüístico de México.
Esta fecha busca más que recordar: impulsa la inclusión, promueve el aprendizaje y nos invita a reflexionar. Porque la LSM no es solo una herramienta de comunicación. Es un puente. Para muchos, el único.
¿Por qué es importante?
- Para la comunidad sorda, la LSM es su idioma natural, el que les permite expresarse con libertad y entender el mundo que les rodea.
- Para la sociedad, representa una oportunidad de ser más empática y accesible. Aprenderla —aunque sea lo básico— puede cambiarle el día a alguien.
- Y para todos, es una llamada de atención: aún existen barreras que dificultan el acceso a la información, a la educación, a la participación.