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En un mundo donde lo virtual se mezcla cada vez más con lo cotidiano, la ciudadanía digital ha dejado de ser un concepto abstracto para convertirse en una necesidad urgente.
No se trata solo de saber usar un dispositivo o abrir una red social.
Es algo mucho más profundo.
Ser ciudadano digital no significa solo estar conectado, sino saber cómo moverse, con criterio y respeto, en ese entorno vasto y veloz que es Internet. Usar la tecnología con responsabilidad es, hoy más que nunca, una forma de civismo moderno.
Detrás de cada clic, cada publicación o cada búsqueda, hay decisiones. Algunas pequeñas. Otras más trascendentes de lo que creemos.
¿Qué implica realmente la ciudadanía digital?
• Un uso responsable y seguro de la tecnología.
Esto no es opcional. Es conocer las plataformas que usamos, proteger nuestra información personal y evitar caer —o hacer caer a otros— en dinámicas de acoso, fraude o suplantación.
• Conocer nuestros derechos y asumir nuestras responsabilidades en línea.
La libertad de expresión también existe en Internet, pero no es excusa para vulnerar la privacidad o sembrar odio. Ser ciudadano digital es actuar con respeto, incluso desde el anonimato.
• Participar activamente en la vida pública a través de medios digitales.
Desde un comentario informado hasta una campaña social, cada voz cuenta. La tecnología debe ser puente, no barrera, para la expresión ciudadana.
• Desarrollar habilidades digitales.
No basta con “navegar”. Hay que saber buscar, verificar, comunicar y adaptarse. Y, sobre todo, aprender a no caer en trampas digitales.
• Cultivar el pensamiento crítico y la ética.
En la era de la sobreinformación, el juicio propio se convierte en brújula. Distinguir lo real de lo falso, lo ético de lo conveniente, marca la diferencia entre ser espectador o protagonista.
No es otro mundo: es el mismo, amplificado.
Y, como en toda comunidad, lo que cada quien haga o deje de hacer, suma o resta al bienestar colectivo.